Estaba sentado viendo
una de las películas de mi colección y en un cambio a pantalla negra me sorprendí
reflejado en el televisor con una sonrisa de oreja a oreja, dicho
descubrimiento me agrado de tal manera que de ahí en adelante no pude más que
disfrutar cada parte de la película de una manera casi que golosa, como si
fuera un postre de esos diminutos que algunas veces uno ha comido y que le
despiertan todos los sentidos( no solo el gusto) al punto que es casi un
requerimiento comerlo a pocos y con calma; casi de una manera infantil, celosa
incluso. Nadie se puede atrever a
pedirte ni un solo pedazo y es necesario además dejar el empaque limpio; no
puede quedar si quiera un trozo pegado
porque sería un pecado mortal, y a esa excitación que empezó por el paladar se
van uniendo poco a poco los demás sentidos, el olfato que encuentra mil
posibilidades en los olores que emanan de tal manjar, la piel que se eriza de
placer y se abre a las caricias, la vista que inundada de colores dilata las
pupilas y el oído que se agudiza: estos dos últimos no con un objetivo hedonista
sino mas bien protector: claro, hay que estar pendientes del entorno, no se
sabe cuando pueda aparecer la típica amiga que siempre quiere “una probadita”
de lo que estas comiendo y al final te deja mirando como devora tus viandas. Curiosamente
esa sonrisa que me acompañaba a ver la película era la misma que tenía cuando la vi por primera vez,
debe saber el lector que soy un poco maniático con las películas que me gustan
y que es posible que las vea una y otra vez, es decir quizá esta sea la cuarta
o quinta vez que veo este filme, quizá eso haga mas alegórica mi sonrisa y más
grande mi sorpresa, quizá de ahí que allá decidido escribir un poco sobre los
sentimientos que me despierta el filme y claro sobre el filme como tal.
Siempre he
tenido la sensación de que esta película es capaz de volverme la inocencia a la
vida, con cada imagen y cada risotada
encuentro que todas las cosas pueden ser tan bellas y divertidas como uno lo
desee, si ya sé que suena a cliché, pero por dios de vez en cuando nos podemos
dar esa oportunidad, ver las cosas desde otra óptica nos hace bien y si esa
óptica es sencilla y un poco infantil mucho mejor, no se trata de dejar todo el
espíritu “critico” y la “madurez” de lado, es más bien abrir los ojos y ver un
poco mas allá, a veces nos encerramos de tal manera en nuestra cotidianidad que
todo termina por perder el encanto, el brillo, el color que siempre ha tenido y
siempre tendrá, los placeres de la vida muchas veces están limitados a una
tarde de sol o incluso un aguacero torrencial en buena compañía, solo se requiere de un poco de imaginación,
del deseo de creer, como cuentos de hadas que fueron escritos solo para
nosotros en donde la magia está hecha a nuestra medida, donde no hay zapatillas
de cristal ni calabazas, pero de seguro hay tenis sucios y transmilenio (léase
metro o autobús para quienes no viven en Bogotá), y es que póngase a pensar, si
usted no saca una historia de un viaje en transmilenio está en la olla, solo
póngale un poco de creatividad, cámbiele un poco las facciones a su vecino de
viaje y hágalo un príncipe, también es necesario cambiarle un poco los modales
pero no entremos en nimiedades, haga que los vagones huelan a flores, a bosque y si se baja en la estación de la trece
imagine que es blanca nieves y que las palomas vienen a su encuentro por su
infinita belleza y pureza o, bueno use los atributos que a usted mejor le vayan
y le permitan conectar la realidad con la fantasía y si le gustan los príncipes
a caballo, dese una vuelta por el parque nacional y échele el ojo a uno de la
policía montada, por lo demás se vale jugar a ser inocentes, crédulos, simpáticos,
habladores, soñadores, pero jamás idiotas, torpes, maleducados o groseros.
Quizá el
mundo en el que vivimos no nos permita hacer muchas cosas que deseamos, como el
viaje a Europa en invierno, los piques
en Japón o las vacaciones en la toscana, sin embargo de seguro tenemos la
existencia llena de recuerdos hermosos, de besos de buenas noches, de paseos de olla,
de bailes de adolescencia, de primeros besos, momentos que jamás nadie ha
vivido que han sido tan mágicos y que nos han hecho sonreír con el deseo de
vivirlos una y otra vez. En medio de esta
carrera contra el tiempo es bueno sentarse por un momento y descansar,
evaluar cuanto se ha aprendido para crear
un cielo hecho de recuerdos y dejar volar la imaginación.
Ah sí,
la película, bueno lo mejor es que la vean, ya por lo menos saben lo que me
inspira y lo que me llevo a escribir, quizá sea necesario que ustedes mismos se
descubran sonriendo frente al televisor para que puedan compartir estas palabras,
los dejo con la frase de cierre de la película: Lo más grande de esta aventura
estaba en lo que nosotros habíamos aprendido de ella, por eso estoy ahora con
los ojos cerrados y subido alto muy alto cerca de donde se guardan los deseos,
he subido aquí para pedir desde mi corazón revivir los momentos más felices,
momentos que solo un hijo sería capaz de regalarme.
El milagro de P. Tinto es una película surrealista cómica española estrenada en 1998, dirigida por Javier Fesser y escrita por él mismo junto
con su hermano Guillermo Fesser.
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