Justo cuando
creía haber superado mi fobia a los “cebolleros” me encorte con este día de
afanes, mi costumbre de levantarme temprano y voltear hasta que me coja la
tarde para llegar al trabajo hoy paso la cuenta. Debo decir que aunque todo
inicio con un bus con sillas desocupadas el cual tome al salir de casa, la
situación se torno un tanto cómica cuando en la Av. 68 me dispuse a tomar ese
cacharro con ruta Lijaca que se veía venir a lontananza; en medio de la
desesperación generada por la escasez de tiempo no lo pensé y le hice el pare.
El bus que parecía haber escapado a la chatarrización de los automotores de la
caracas parecía tener aun el olor de la pintura amarilla y el tono opaco
generado por el hollín de los escapes de todos los demás automóviles, la
cojineria era de colores (es un decir claro, que colores podían quedarle a un
plástico que tiene como mil años de uso) y las laminas que componen su
estructura parecían desencajarse con cada desnivel de la vía. El arranque de
este brontosaurio automovilístico generaba tal conmoción en su estructura que
parecía el fin del universo (ese en el que nos encontrábamos involucrados todos
los pasajeros para ese momento) y al mejor estilo de una canción de plancha muy
conocida “el freno, frenaba un poco retrasado”, el conductor que carecía de un
buen oído, jamás prestaba atención al llamado del timbre y aunque su buen humor
le hacia reír con la situación; generaba contraste con la actitud un tanto
indolente de los pasajeros quienes golpeaban con furia tal pieza de museo. La
comunidad que habitaba dicho lugar era de tal variopinto como cualquier otro
medio de transporte masivo, gente de oficina, estudiantes, extranjeros (rusos
especialmente), vagos y claro la tradicional señora con bigote. Debo reconocer
que aunque este circo (porque olía de la misma manera) podría en algún momento
haberme incomodado, hoy ha hecho que este día tenga una anécdota para contar y
se me hayan escapado un par de sonrisas mientras viajaba. Por lo demás llegue a
tiempo.
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