Fue entonces cuando después de
una pausa se besaron, todos los que nos hallábamos a su alrededor guardamos silencio tratando de
conservar el momento: de hacerlo nuestro también, habíamos esperado demasiado
para que pasara como para no considerar que nos merecíamos un poco de ese efímero
placer, los rostros inmóviles que conformaban el auditorio reflejaban la luz
blanca de la pantalla y como un grupo de polillas simplemente se dejaban llevar
por lo deslumbrante del momento. Y así me reencontré con el goce
de una película un domingo por la tarde, de la buena compañía, de la ilusión de
los días venideros que prometen nuevos sueños y hermosos despertares.
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