miércoles, 12 de septiembre de 2012

La flauta y yo


                       Desde chico siempre quise cantar y tocar algún instrumento si no de una manera prodigiosa si con alguna virtuosidad,  sin embargo mi deseo no era convertirme en un pop star como la mayoría de jóvenes  sueñan (ahora todos quieren tener una banda, no hacer nada y ganarse un contrato con la Sony Music para vivir de sus canciones por el resto de la vida), mi inclinación hacia la música tenía un contexto más idílico, de alguna manera me parecía (y me parece) que la forma en que alguien es capaz de poner notas en su cabeza e imaginar los sonidos y luego a través de un instrumento hacerlos realidad transmitiendo sentimientos de maneras tan únicas como nosotros mismos es algo sublime;  casi que mágico, cuantas canciones tienes de “banda sonora” en la cabeza?,  si,  esas canciones de cualquier género que cuando las escuchas  ya sea por voluntad propia o porque simplemente el azar las puso en el bus, la calle o el bar donde estas te trajeron a la mente miles de recuerdos; el colegio, las fiestas de infancia, un beso, un amigo, una riña o la más común un desamor, todos esos recuerdos y sensaciones creados para ti por alguien que ni siquiera te conoció.

Yo quería ser  ese médium que era capaz de interpretar sentimientos universales a través de la música y con mi primer razonamiento al respecto me puse en camino a lograrlo, en la primaria siempre me inscribí a cuanto concurso de canto y coros podía encontrar, pero por lo general a los padres siempre les gusta como canta su hijo, a los profesores no les importa como cantan sus alumnos, y mis compañeros y yo cantábamos como las ardillas de Alvin por lo que no fue un momento que me permitiera ser muy crítico con mi talento, fue más bien  un periodo que me permitió fortalecer mis deseos generando una zona de confort, Zona que fue vulnerada  con la llegada de la adolescencia  y el ingreso al bachillerato cambiando toda mi perspectiva al respecto y haciéndome lo que ahora soy.

Las clases de educación estética eran en mi colegio impartidas por la profesora Natividad Forero, una espigada mujer que a pesar de su relativa juventud usaba trajes de abuelita y que para complementar el rigor de su apariencia poseía un carácter que podría domar al cancerbero, claro  era profesora y había estudiado para eso y más en un colegio masculino con 40 estudiantes por salón,  fue con ella que tuve mi primer encuentro real con la música, empezamos de manera teórica con la lectura de partituras, valores de notas y todo lo referente a simbología, posteriormente le dimos libertad a nuestros espíritus y nuestros dedos y bocas interpretaron la flauta; notas básicas, el cumpleaños y Popeye el marino sonaron una y otra vez en el salón de clases, Natividad empezó a dudar de nuestro talento y nosotros empezamos a dudar de su paciencia, con el paso del tiempo éramos más despistados, desorganizados, desafinados y todo lo que pueda empezar con des, había días en los que Natividad quería ponernos la flauta de sombrero y un tic se escapaba en su parpado inferior haciéndonos temer lo peor.

Un día cualquiera para darse quizá un poco de paz interior, Natividad decidió que cantaríamos individualmente  frente a todo el salón para enviar alguno de nosotros a un concurso de canto, creo que hubo algo de crueldad en sus actos,  todos éramos consientes a estas alturas de nuestras voces, de lo desafinados que éramos pero sobre todo de lo traumático que sería cantar frente a 39 hombres adolecentes y ella como jurado, después de 2 semanas de tortura  descubrimos y descubrió para su beneplácito que había alguien que tenía talento y que con un poco de trabajo podría representarnos bien en el concurso, este hecho hizo que se llenara de un nuevo aire y que se sintiera capaz de reiniciar las clases de flauta, tiempo después llena de frustración  y casi con lagrimas en los ojos, nos hizo escribir una nota en el cuaderno la cual debería ser firmada por los padres y que decía más o menos así: “ Las clases de flauta quedan completamente suspendidas por la falta de compromiso de los estudiantes y aunque fue mi interés educarles en la interpretación de dicho instrumento no soy el  espíritu santo para llenarlos de sabiduría” atentamente Natividad Forero. En medio de la confusión todos copiamos e hicimos firmar la nota, después de eso, todas las clases fueron teóricas;  biografías, historia del arte y muchas otras cosas que con el paso del tiempo adormecieron mi sueño de ser músico y poco a poco despertaron mi ilusión de ser escritor.
 
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