Desde chico siempre
quise cantar y tocar algún instrumento si no de una manera prodigiosa si con
alguna virtuosidad, sin embargo mi deseo
no era convertirme en un pop star como la mayoría de jóvenes sueñan (ahora todos quieren tener una banda,
no hacer nada y ganarse un contrato con la Sony Music para vivir de sus
canciones por el resto de la vida), mi inclinación hacia la música tenía un
contexto más idílico, de alguna manera me parecía (y me parece) que la forma en
que alguien es capaz de poner notas en su cabeza e imaginar los sonidos y luego
a través de un instrumento hacerlos realidad transmitiendo sentimientos de
maneras tan únicas como nosotros mismos es algo sublime; casi que mágico, cuantas canciones tienes de
“banda sonora” en la cabeza?, si, esas canciones de cualquier género que cuando
las escuchas ya sea por voluntad propia
o porque simplemente el azar las puso en el bus, la calle o el bar donde estas te
trajeron a la mente miles de recuerdos; el colegio, las fiestas de infancia, un
beso, un amigo, una riña o la más común un desamor, todos esos recuerdos y
sensaciones creados para ti por alguien que ni siquiera te conoció.
Yo quería ser ese médium que era capaz de interpretar
sentimientos universales a través de la música y con mi primer razonamiento al
respecto me puse en camino a lograrlo, en la primaria siempre me inscribí a
cuanto concurso de canto y coros podía encontrar, pero por lo general a los
padres siempre les gusta como canta su hijo, a los profesores no les importa
como cantan sus alumnos, y mis compañeros y yo cantábamos como las ardillas de
Alvin por lo que no fue un momento que me permitiera ser muy crítico con mi
talento, fue más bien un periodo que me permitió
fortalecer mis deseos generando una zona de confort, Zona que fue vulnerada con la llegada de la adolescencia y el ingreso al bachillerato cambiando toda
mi perspectiva al respecto y haciéndome lo que ahora soy.
Las clases de educación
estética eran en mi colegio impartidas por la profesora Natividad Forero, una
espigada mujer que a pesar de su relativa juventud usaba trajes de abuelita y
que para complementar el rigor de su apariencia poseía un carácter que podría
domar al cancerbero, claro era profesora
y había estudiado para eso y más en un colegio masculino con 40 estudiantes por
salón, fue con ella que tuve mi primer
encuentro real con la música, empezamos de manera teórica con la lectura de
partituras, valores de notas y todo lo referente a simbología, posteriormente
le dimos libertad a nuestros espíritus y nuestros dedos y bocas interpretaron
la flauta; notas básicas, el cumpleaños y Popeye el marino sonaron una y otra
vez en el salón de clases, Natividad empezó a dudar de nuestro talento y
nosotros empezamos a dudar de su paciencia, con el paso del tiempo éramos más
despistados, desorganizados, desafinados y todo lo que pueda empezar con des,
había días en los que Natividad quería ponernos la flauta de sombrero y un tic
se escapaba en su parpado inferior haciéndonos temer lo peor.
Un día cualquiera para
darse quizá un poco de paz interior, Natividad decidió que cantaríamos
individualmente frente a todo el salón
para enviar alguno de nosotros a un concurso de canto, creo que hubo algo de
crueldad en sus actos, todos éramos consientes
a estas alturas de nuestras voces, de lo desafinados que éramos pero sobre todo
de lo traumático que sería cantar frente a 39 hombres adolecentes y ella como
jurado, después de 2 semanas de tortura
descubrimos y descubrió para su beneplácito que había alguien que tenía
talento y que con un poco de trabajo podría representarnos bien en el concurso,
este hecho hizo que se llenara de un nuevo aire y que se sintiera capaz de
reiniciar las clases de flauta, tiempo después llena de frustración y casi con lagrimas en los ojos, nos hizo
escribir una nota en el cuaderno la cual debería ser firmada por los padres y
que decía más o menos así: “ Las clases de flauta quedan completamente
suspendidas por la falta de compromiso de los estudiantes y aunque fue mi
interés educarles en la interpretación de dicho instrumento no soy el espíritu santo para llenarlos de sabiduría” atentamente Natividad Forero. En
medio de la confusión todos copiamos e hicimos firmar la nota, después de eso,
todas las clases fueron teóricas;
biografías, historia del arte y muchas otras cosas que con el paso del
tiempo adormecieron mi sueño de ser músico y poco a poco despertaron mi ilusión
de ser escritor.
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